La sepsis es una respuesta inflamatoria sistémica y potencialmente mortal a una infección. Esta afección se desencadena cuando el cuerpo libera sustancias químicas en el torrente sanguíneo para combatir una infección, lo que provoca una inflamación generalizada. La sepsis puede progresar rápidamente y llevar a la disfunción orgánica múltiple, fallo orgánico e incluso la muerte si no se trata de manera oportuna y adecuada.
El proceso de sepsis comienza cuando una infección, generalmente bacteriana, pero también puede ser causada por virus, hongos o parásitos, se introduce en el cuerpo. Las infecciones que más comúnmente conducen a la sepsis son las de los pulmones, las vías urinarias, el abdomen y la piel. Cuando la infección se propaga y no se controla, el sistema inmunitario responde liberando una serie de mediadores inflamatorios. Esta respuesta, aunque inicialmente protectora, puede volverse descontrolada y causar daños a los propios tejidos y órganos del paciente.
Los síntomas iniciales de la sepsis pueden incluir fiebre alta, escalofríos, frecuencia cardíaca elevada y respiración rápida. A medida que la sepsis avanza, los síntomas pueden evolucionar hacia una piel fría y pálida, confusión, desorientación, dificultad para respirar, y una disminución en la producción de orina. La sepsis grave y el shock séptico son etapas avanzadas de la sepsis que se caracterizan por hipotensión refractaria a la reposición de líquidos, hipoperfusión tisular y fallos orgánicos múltiples.
El diagnóstico de la sepsis se basa en la evaluación clínica del paciente, junto con análisis de laboratorio y estudios de imagen. Los marcadores inflamatorios, como la proteína C reactiva (PCR) y la procalcitonina, son comúnmente utilizados para apoyar el diagnóstico. Los cultivos de sangre, orina y otras muestras de fluidos corporales se realizan para identificar el agente infeccioso responsable.
El tratamiento de la sepsis requiere una intervención rápida y multifacética. Incluye la administración de antibióticos de amplio espectro, terapia de soporte hemodinámico con líquidos intravenosos y vasopresores, y el manejo de las complicaciones que puedan surgir, como insuficiencia renal o respiratoria. En algunos casos, puede ser necesaria una intervención quirúrgica para eliminar la fuente de infección, como en el caso de un absceso.
La prevención de la sepsis incluye medidas como la vacunación, el tratamiento oportuno y adecuado de las infecciones, y la adopción de prácticas de control de infecciones en entornos hospitalarios. La concienciación sobre los síntomas tempranos de la sepsis y la educación tanto del público como del personal sanitario son cruciales para mejorar los resultados en los pacientes.